Aquella briza me desordenaba las ideas, el miedo, ¿el miedo?
¿qué miedo? miedo a ser, a no ser, a quedarme ahí, a salir de ahí. Parecía ser
que aquellas paredes, reales o imaginarias me resguardaban de una realidad
mucho más peligrosa pero ¿no sería a su vez también hermosa? Un torbellino de
confusiones parecía ganar cuando a lo lejos, muy a lo lejos, un hilo de voz, un
susurro se hacía notar entre el viento más tierno, ¿y por qué no? Me levanté,
casi con convencimiento, no escuché nada más pero sabía que de algún lugar,
alguien me iba a decir que siguiera, que iba por buen camino, me levanté, miré,
caminé, me extendió su mano, casi como si fuera un sueño, una quimera de
felicidad, de seguridad, me miró, me sonrío y caminó, caminó a mi lado, me
abrió camino, se frenó en seco y cuando me di cuenta ya estaba caminando sin
ayuda, estaba avanzando, miré hacia atrás, ya no estaba y ahí, en medio de esa
realidad, yo. Seguí caminando.