Otro cuento, "Calle soledad"
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Era
una noche normal. ¿Era una noche normal? ¿Normal para quién? ¿Normal con
respecto a qué? ¿a quién?
Mientras
caminaba por una avenida vacía, solitaria, casi perdida en una noche más y, por
si esa soledad no fuera suficiente; el frío, ese frío le dejaba tiesa la piel
donde la bufanda, esa bufanda no llegaba a refugiar.
Las
manos fijas en los bolsillos, su mente no estaba ni en la avenida, ni en
aquella muchacha que había decidido que no era feliz, que ya no serían felices.
Si,
era una noche normal, común, sin ningún suceso relevante para la humanidad pero,
a cada paso que daba las frases de aquel hombre iban machacando lentamente sus
pensamientos. ¿Y si no es terminar? ¿Si es un nuevo comienzo? Porque al final
¿qué termina?
Para Lope de Vega,
terminar hubiera sido…
"estar
furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso"
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso"
Se
repetía los versos en su mente, cada línea de baldosa que cruzaba un verso más
que murmuraba. ¿Por qué estar triste por no estar áspero, furioso, esquivo,
difunto? ¿Por qué no buscar estar vivo en otros lados? ¿Por qué seguir con eso
de "dar la vida y el alma a un desengaño"?
Se
desató la bufanda y la guardó en su bolsillo, como si en aquél tapado se fueran
los recuerdos, como si Benedetti y su "el olvido está lleno de
memoria" no fueran ciertos. Se convencía de que no necesitaba más su
protección, ni su bufanda, ni su cariño, ni sus paseos, mucho menos su silueta
cuando una tímida luz le apuntaba de atrás, esa silueta que sus manos, sus
ojos, su mente tan fácilmente podían describir.
-
ya no te necesito, ni a vos, ni a esa sonrisa que calma huracanes, ni siquiera la
perfecta distancia entre tus dos ojos, o tu manera de cocinar, esa alegría que
tenés y transmitís en las mañanas. Ni tus creencias sobrenaturales que tantas
veces nos salvó el insomnio, mucho menos tus comentarios repentinos sobre temas
absurdos que tantas risas me provocaron.
No necesito tus manos si estoy enfermo, ni tu apoyo si la vida me deja de sonreír.
No necesito tus manos si estoy enfermo, ni tu apoyo si la vida me deja de sonreír.
No
voy a extrañar nuestra vida, nuestra casa, nuestra alegría, nuestra tristeza,
ambiciones, sueños, realidades.
A
cada paso que daba se repetía las frases mientras las lagrimas saladas
resbalaban por una barba en descuido.
Auto-engañarse
con palabras, a cada paso un nuevo engaño, como si el amor repentino fuese,
como si en una cuadra el dolor se calmara y diera paso a la felicidad, como si
no fuera a costar volver a levantarse de una caída en la que cayó en compañía y
debería levantarse solo.
Suena
el celular
-Perdona,
me pasé, vamos a hablar.
-Voy