Estoy en la playa, en el agua como este calor de verano
invita mientras me acomodo una tobillera que se resigna a mantenerse atada y su
dueña se resigna a quemarla y que quede fija en el lugar, porque quién sabe qué
puede pasar, me distraigo mirando a unas nenas de no más de diez años
entusiasmadas, muy entusiasmadas con haber llegado al banco que forma la arena
y hace que las olas revienten con fuerza, felices les muestran a quien yo
supongo es la madre o el adulto responsable del momento dónde están y cómo
llegan hasta ahí dando pie y en ese momento, entre las olas que me rompen en la
nuca desarmando algún que otro nudo en los músculos, arrastrándome levemente
hacia adelante y luego empujándome con el retorno del agua me doy cuenta, el
problema es que con el tiempo dejamos de despertar nuestro asombro, la vida nos
va sacando la capacidad de sorprendernos, no nos sorprende un día espectacular
de playa, no nos sorprende estar en el banco de arena, no nos sorprende que una
banda de inadaptados hagan de un partido de fútbol una batalla campal, no nos
sorprende que casi diez mujeres hayan sido brutalmente asesinadas por sus
parejas o ex parejas, y a lo mejor en
unos meses no nos sorprenda que una jueza tome una decisión que no se adecua a
la ley ¿Qué más nos va a dejar de sorprender? ¿Cuántas cosas ya habremos
"normalizado" y "naturalizado" sin darnos cuenta? ¿De
cuánta cosa hermosa nos estaremos perdiendo y cuántas catástrofes y malas
decisiones esteremos pasando por alto?